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Niños con retraso mental ¿por qué lo permite Dios?

Hace unos 20 años, cuando tuve la oportunidad de ir a Canadá me tocó conocer a una bella familia canadiense. Esta familia tiene un hijo que en ese entonces tenía 9 años años con retraso mental severo debido a complicaciones a la hora de nacer. Estando hospedado con ellos pude ver de primera mano toda la carga y complicaciones que conlleva tener a una persona así: no se podía alimentar solo, tenía que usar pañal, la comunicación que el pequeño tenía con la gente a su alrededor era con gemidos y sonidos, las manos las tenía torcidas por su enfermedad y no podía caminar. Estaba totalmente dependiente de sus padres, sus abuelos y su hermanita para su cuidado. 

De tiempo a tiempo la mamá del niño tenía que llevarlo a consultas médicas, particularmente porque había comida que no le caía bien. En alguna de dichas consultas el doctor le llegó a decir: “¿para qué alargarle el sufrimiento a ustedes y a tu hijo?” y le insinuaba la eutanasia para quitarle la vida y así ponerle fin al sufrimiento del pequeño y el de la familia. La mamá captaba las indirectas y le respondía que jamás haría tal cosa, que es cristiana. 

Pareciera increíble que un doctor propusiera “tal solución”, pero sí, doctores y personal médico, así como amistades veían a esta madre con la cara de incógnita de “¿por qué se sometería a dicha carga?”, particularmente cuando no había esperanzas de mejoría para su hijo: jamás caminaría, ni hablaría, ni haría algo productivo en la vida, sino que viviría en total dependencia de sus padres y familiares. Ella me decía que sentía que la veían como una “tonta”. Y es que en un mundo en donde ya en algunos lugares se permite la eutanasia para niños y viejos, o como Islandia, en donde la totalidad de las madres abortan a su hijo si este viene con sindrome down1, mantener con vida a un hijo así, es nadar a contracorriente. 

La filosofía humanista-atea es lo que lleva a las sociedades a este trágico desenlace. Fue, de hecho, lo que llevó a Hitler a mandar a los campos de concentración, no solo a judíos, sino a personas con discapacidades. Todas ellas eran consideradas “no dignas de vivir”. Más de 300mil personas así fueron asesinadas en sus programas de eutanasia conocido como Aktion T4. Y es que bajo dicha filosofía humanista las personas solo tienen un valor utilitario-económico para la sociedad. No valen por lo que son (seres humanos creados a la imagen de Dios), sino solo por lo que contribuyen. Bajo esta perspectiva, el lógico desenlace es deshacerse de dichos individuos, pues no tienen valor alguno, son solo una carga.

La perspectiva cristiana, dicta un desenlace diferente. Es esta perspectiva la que lleva a que una mamá cristiana soporte la “carga” de su hijo discapacitado. Pero antes de ver cómo es que la perspectiva lleva a esta conclusión, es necesario que primero contestemos ¿Por qué Dios permite tales cosas?

Dios nunca quiso que estas cosas sucedieran. La Biblia dice que en el inicio Dios diseñó todo perfecto, sin muerte, sin enfermedad, sin injusticia, dolor o sufrimiento y quería que se mantuviera así. Por eso la propuesta, o mejor dicho, el mandato de Dios para el hombre fue que escogiera la vida y se mantuviera unido a Él en el paraíso. Sin embargo, aunque Dios podía darle la orden, no podía obligarlo, pues Dios deseaba que su relación con el hombre se basara en el amor mutuo, y para ello se requiere que el hombre tenga libre albedrío y opción a elección. Y en su libre albedrío el hombre decidió separarse de Dios trayendo maldición y muerte para su vida, su descendencia y todos sus dominios. 

¿Es justo que vivamos las consecuencias de una decisión tomada por el primer hombre? No se trata de si es justo o no, sino de cómo opera este universo: al ser creado a la forma de un sistema, las partes del mismo, todas, interactúan y se afectan directa o indirectamente. Y esto lo vemos en nuestras vidas, pues somos afectados por las decisiones que toman nuestros padres y tú, con tus decisiones, ya estás afectando a tu descendencia y a gente de tu entorno. La intención original era que nos afectáramos mutuamente para bendición, no para maldición. Afortunadamente, Dios, usando la misma dinámica del efecto sistémico, con su obra en la cruz, vino a traer vida a todos. En Adán todos mueren, pero en Cristo todos pueden ser vivificados. 

Como puedes ver Dios no nos dejó solos en nuestra precaria situación, sino que se apiadó de nosotros y ha estado trabajando para revertir todos los efectos de la desobediencia del ser humano (tanto la de Adán como la nuestra). Un día Jesús regresará a establecer su orden perfecto: va a quitará toda enfermedad, toda injusticia, todo sufrimiento, toda muerte, resucitará a todos los que murieron en él para vivir eternamente, y eliminará a todos los que pecan y hacen pecar (Mt.13:41). Pero para darles oportunidad de salvación, ha aplazado su regreso, y mientras tanto, nosotros tenemos que soportar los efectos de la caída, pero no sin la gracia (poder) de Dios y su consuelo. 

¿Que sostenía a esta mamá a llevar la “carga” de su hijo? La convicción bíblica de que todas las persona son hechas a la imágen y semejanza de Dios, sin importar su raza, sexo o condición de salud, y como tal, tienen un valor intrínseco por ser quien son, y merecen un trato digno, es decir, un trato superior al de un animal y un cuidado de su vida. Por esta verdad la Biblia incluso prohíbe el maldecir al prójimo, pues fue hecho a la imágen y semejanza de Dios (Stg.3:9). Por esta verdad también es que se atiende y cuida a personas con discapacidades así. Jesús también los amó y murió por ellos, y esto también les añade un mayor valor. 

Mientras que el mundo ha perdido la noción de valor del ser humano, padres cristianos con hijos con discapacidades que los cuidan y los aman son un testimonio que con sus acciones gritan al mundo: “no venimos del mono, no somos amibas evolucionadas, somos seres con un valor especial al ser hechos a la imagen de Dios, amados por él y redimidos por la sangre de Jesucristo”. Es también un recordatorio del mensaje que Jesús nos dejó: que el ser humano no vive para sí, sino para beneficio y servicio de su prójimo —entre los que se encuentran las personas con discapacidades. Por otro lado, personas con discapacidades así permiten que florezca el amor incondicional y la compasión, virtudes básicas que nos hacen mejores personas. Solo una perspectiva cristiana puede producir este resultado, y es un alivio para todos, pues nadie está exento de que por un accidente o enfermedad uno quede postrado en cama completamente dependiente de la atención y cuidado de otros. 

Por lo que hizo Jesús en la cruz llegará un día en el que los hijos con discapacidades resucitarán con cuerpos perfectos para vivir una vida eterna en un mundo sin aflicciones. Pero en lo que llega ese momento, Dios utilizará dichas situaciones y el testimonio de los padres que los cuidan con gran amor para transmitir la verdad del evangelio, y para contrarrestar la descomposición de la sociedad que, por su falta de amor y compasión, nos quiere llevar desenlaces como los de Hitler para deshacernos de los “no deseados”. En Cristo, aún en nuestra maldad y discapacidad, somos amados y somos deseados, y eso predicamos con nuestras acciones.

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