Con todos los acontecimientos que se están dando en torno a Israel, ha habido un auge en la discusión en cuanto a si Israel sigue siendo o no pueblo de Dios y si todavía tienen parte en la herencia de los pactos del antiguo testamento. Tenemos varios estudios en los que hemos abordado esta temática: Los Pactos y la Herencia, es uno, y el de La iglesia no reemplaza a Israel. Sin embargo, me veo obligado a poner los conceptos ahí estudiados de forma resumida en esta pequeña epístola.
El pacto con Abraham y el derecho perpetuo a la tierra
El derecho a la tierra de Israel es algo que le fue prometido a Abraham y a su descendencia de forma permanente: “Yo te daré a ti y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada” (Gn.13:15); “A ti y a tu descendencia les daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán” (Gn.17:7-8). He hizo Dios con Abraham un pacto para confirmar la promesa y especificando claramente el territorio que le entregaría para siempre:
el Señor hizo un pacto con Abram aquel día y dijo: «Yo he entregado esta tierra a tus descendientes, desde la frontera de Egipto hasta el gran río Éufrates, la tierra que ahora ocupan los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los hititas, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos» (Gn.15:18-21)
Y se le dio la circuncisión como señal de ese pacto perpetuo. Tanto Abraham como su descendencia física, llevarían dicha marca en el cuerpo como señal de que son herederos del pacto que los haría herederos de la tierra (Gn.17:11,13,14). Los que no cumplían con la circuncisión eran excluidos de este pacto. Y aunque Abraham circuncidó a Ismael, Dios le dijo que el pacto sería por medio del hijo de la promesa: Isaac (Gn.21:10-13; 26:2-4; Ga.4:30). Y aunque Isaac tuvo dos hijos, el pacto no pasó a Esaú sino a su hijo Jacob —Israel— y todos sus descendientes (Gn.28:1-4; 28:13-15). Por eso dice la Biblia que Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto porque “se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. (Ex.2:24, Ex.6:5). Y si Dios entregó a la nación de Israel la tierra prometida, fue también por dicho pacto (Jos.21:43-45). Todas estas acciones de Dios demuestran que, efectivamente, estaba refiriéndose a la descendencia física de Abraham. Pablo lo confirma cuando dice que “de ellos son la adopción como hijos, la gloria divina, los pactos, la Ley, el privilegio de adorar a Dios y el de contar con sus promesas.”(Ro.9:4), y que “Cristo vino a servir a los judíos para demostrar que Dios es fiel a las promesas que les hizo a los antepasados de ellos” (Ro.15:8).
Este pacto que le daba a Abraham y a su descendencia el derecho a la tierra prometida, abarcaba mucho más: el pacto también prometía bendición y victoria sobre sus enemigos (Gn.12:1-3; 22:16-18); así como una descendencia incontable (Gn.15:5, 17:4; 22:16-17) y sobre todo: que Jehová sería el Dios de él y sus descendientes (Gn.17:7).
El pacto con David y el derecho perpetuo al gobierno con base en Jerusalén
Siglos después Dios celebró otro pacto con el rey David en el que le prometía a él y a sus descendientes el reino sobre Israel de forma permanente y que levantaría a uno de su linaje para que gobierne enteramente y para siempre desde la ciudad de Jerusalén (1Cr.17:10-14; 1Re.9:4-5; Sal.122:3-5; Mt.5:35; Sal.2:6-9; Jer.3:17). Estos dos pactos, tanto el de Abraham como el de David son tan firmes como las leyes de la naturaleza:
Esto dice el Señor: así como no cambiaría las leyes que gobiernan el día y la noche, la tierra y el cielo, así tampoco rechazaré a mi pueblo. Nunca abandonaré a los descendientes de Jacob o de mi siervo David ni cambiaré el plan de que los descendientes de David gobiernen a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. En cambio, yo los restauraré a su tierra y tendré misericordia de ellos. (Jer.33:25-26)
Ni el pacto de Abraham, ni el pacto de David se cumplieron en su plenitud.
Josué dice que “todas las buenas promesas que el Señor le había hecho a la familia de Israel quedó sin cumplirse; todo lo que él había dicho se hizo realidad” (Jos.21:43-45). Pero estaba hablando de “todo lo prometido hasta ese punto”, pues Dios dejó muy en claro que, aunque poseerían toda la tierra, la conquista de la tierra prometida sería algo gradual (Ex.23:28-31). Todavía quedaba mucho territorio por conquistar (Jos.13:1) y es por eso que, después de que Josué dijo eso que Dios había cumplido todo, también dijo que había cosas pendientes: “Yo les he repartido, para que sea su hogar, toda la tierra de las naciones que aún no están conquistadas… Esta tierra será de ustedes, porque el Señor su Dios, él mismo expulsará a toda la gente que ahora vive allí. Ustedes tomarán posesión de esta tierra, tal como el Señor su Dios lo prometió.” (Jos.23:1-5)
¿Como? ¿Entonces aún no tomaban enteramente posesión de toda la tierra? No, de hecho, Israel nunca conquistó por completo la tierra, al contrario, para el punto del exilio Babilónico, la tierra prometida todavía tenía naciones cananitas sin expulsar (Jer.25:17,20;47). Además de esto el reino del linaje de David se vió disminuido, menosacabado y truncado. La bendición prometida tampoco llegó por completo, ni siquiera durante el gobierno de Salomón (1Re.11:14, 23). Abraham, de igual modo, tampoco recibió lo prometido (pues a él también se le prometió que recibiría por posesión la tierra en la que moraba como forastero: Gn.13:15; 17:8). Este incumplimiento lo corrobora el autor de Hebreos cuando dice: “todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido” (He.11:39)
En Cristo se cumplen los pactos y las promesas
¿Por qué sucedió esto? Porque el completo y permanente cumplimiento de las promesas y los pactos viene solo con Cristo. Jesucristo cumple con el requisito de ser descendiente de Abraham y de David (Mt.1:1) para poder ser heredero de dichos pactos y promesas. Pablo lo confirma cuando dice:
por medio de Cristo Jesús, la bendición prometida a Abraham llegara a las naciones… Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. (Ga.3:14-16)
Pablo trae aquí una revelación que aclara que las promesas hechas a la descendencia de Abraham (Gn.12:7; 13:15; 15:18) se refieren a Cristo, su descendiente, y no a todos los descendientes. ¿Pero cómo? si se refería solo a Cristo y no al resto de los descendientes de Israel, ¿por qué les daría la circuncisión a los descendientes en señal de que son herederos del pacto?; ¿por qué, entonces, Dios se acordaría de su pacto con Abraham y con sus descendientes y los sacaría de Egipto (Ex.2:24, Ex.6:5)? ¿Por qué les entrega la tierra prometida como si el pacto aplicara también a ellos? (Jos.21:43-45) ¿Por que incluso el mismo Pablo menciona que las promesas y los pactos son de ellos (Ro.9:4) y que Jesús vino a predicarles primero a ellos por causa de dichos pactos (Ro.15:8)? ¿Se está contradiciendo la Biblia? No. Pablo no está queriendo decir con esto que solo Cristo recibe la herencia y las promesas, y que Abraham, Isaac, Jacob y el resto del pueblo y los santos del antiguo testamento quedan excluidos. No, sino que, como mencionamos anteriormente, que los pactos y las promesas se cumplen por completo solo en Cristo. Abraham, Isaac, Jacob recibieron el pacto y las promesas, los descendientes de Israel también y por eso Dios les dió la circuncisión, los sacó de Egipto, y les llevó a la tierra que les prometió a sus padres, pues son herederos de dicho pacto como Pablo afirma. Pero todos esos actos fueron cumplimientos parciales o truncados: nunca conquistaron la tierra por completo y fueron expulsados de la tierra, nunca se libraron de sus enemigos por completo, nunca recibieron la bendición por completo. Solo en Cristo viene el cumplimiento total y definitivo.
Es Cristo el que trae la completa realización de las promesas dadas a Abraham y su descendencia: es a través de él que, por fin, a la nación de Israel se le concederá la completa posesión de la tierra prometida (Ez.37:11, 21) redistribuyéndose entre las 12 tribus de Israel (Ez.45-48) incluidos los santos del antiguo testamento resucitados (Dn.12:13; Gn.13:15). Es solo a través de Cristo que Israel consigue la victoria sobre sus enemigos, pues él la defenderá (Is.31:4-5; Zc.12:8; Zc.13:9; Jl.2:32; Gn.22:16; Lc.1:68-74; Is.14:1-2) y se vengará de “todas las naciones malvadas que extendieron la mano para tomar la tierra que le dio a Israel” (Jer.12:14; Jl.3:1-6). Es a través de Cristo que viene la restauración del reino de Israel (el tabernaculo caido de David: Am.9:11), pues él tomará el trono de David y reinará todo el mundo desde Jerusalén, con sus apóstoles reinando las 12 tribus de Israel (Lc.1:31-32; Hch.1:6; Mr.10:35; Lc.22:28; Mt.5:34-35; Jer.3:17; Sal.2:6-9). Es con Cristo que la verdadera multiplicación del pueblo de Israel se dará, pues durante su reino los judíos se casarán y tendrán hijos (Jer.33:10-11; Is.4:1; 11:8; 60:22), y por fin disfrutarán todas las bendiciones prometidas (Mi.4:3-4; Jl.2:18-19; Jl.2:20-27; Is.30:23-24).
La iglesia no reemplaza a Israel
Pero ¿qué no el pueblo de Israel fue rechazado por su incredulidad (Ro.11:20) y en su lugar aceptó a la iglesia? Si y no: cierto, ante el rechazado de Israel Dios acudió a los gentiles para recibirlos como su pueblo (Ro.10:19-21; Ro.11:12). Pero la Biblia dice claramente que su rechazo como nación es solo temporal, no permanente, así que volverán a ser injertados (Ro.11:15, 20-23, 25-26; Jer.31:31-34), como dice las escrituras: “con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel”. (Jer.31:3-4). Cierto, “muchos del pueblo de Israel ahora son enemigos del evangelio, y eso nos beneficia a nosotros, los gentiles. Sin embargo, ellos todavía son el pueblo que Dios ama, porque él eligió a los antepasados Abraham, Isaac y Jacob. Pues los dones de Dios y su llamado son irrevocables.” (Ro.11:28-29).
Nosotros, por la fe en Cristo nos convertimos en parte de su cuerpo (1Co.12:12-14), y por lo mismo partícipes de su linaje y coherederos de las promesas y pactos dados a Abraham (Ga.3:7,26-28; Ro.8:17; Ef.3:6) pero no solo los de Abraham, sino también del pacto y las promesas dadas a David (1Cr.17:10-14) y al Cristo en particular (Sal.2:7-9). En ese sentido, por ser parte de Cristo, no solo participamos de las promesas dadas a todo el pueblo de Israel por medio de Abraham, sino también de las promesas dadas exclusivamente al linaje de David (el reino sobre Israel) y de las promesas dadas a Cristo en particular (el reino sobre el mundo y la creación de Dios). No solo somos parte de Israel sino un subgrupo dentro de ellos: somos la élite gobernante que estará sobre la nación de Israel (Mt.19:28) y sobre el resto de las naciones (Ap.2:26-28). Pues la promesa de gobierno no le fue dada a Abraham o al pueblo de Israel en general, sino sólo al linaje de David, y la promesa de gobierno sobre todas las naciones no fue dada a David sino sólo a Cristo. Pero Cristo no es una persona, sino un cuerpo conformado por Jesús y la iglesia (1Co.12:12-14). Por ello Jesús decía: “Les aseguro que entre los mortales no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.” (Mt.11:11) El miembro más pequeño de la iglesia es más grande que el hombre más grande del A.T. Nuestro nivel es tan alto que incluso a los ángeles los vamos a juzgar (1Co.6:3).
La oferta para formar parte de este selecto grupo es solo por tiempo limitado, pues una vez que se complete el número de gentiles que formarán parte del cuerpo de Cristo, la oportunidad se cerrará —aunque todavía habrá salvación, la cual alcanzará la nación de Israel, aunque ya no como parte del cuerpo de Cristo (Ro.11:25-26). Así, cuando venga el reino de Cristo a la tierra, nosotros (la iglesia) seremos inmortales (1Co.15:52-54), ellos mortales (Is.65:20); nosotros no nos casaremos (Mr.12:25), ellos se darán en casamiento (Jer.33:10-11; Is.4:1); nosotros ya no tendremos descendencia, ellos tendrán mucha descendencia (Is.11:8, 60:22); nosotros reinaremos sobre ellos (Mt.19:28), ellos se beneficiarán de nuestro gobierno (Jer.3:15).
No nos volvamos orgullosos de nosotros mismos
¿De que sirve saber todo esto? Pablo nos dice que esto nos sirve para que no nos enorgullezcamos contra el pueblo de Israel pensando que ellos quedaron desplazados y rechazados por completo para darnos lugar a nosotros. No. Su rechazo es temporal, en lo que termina de formar al cuerpo de Cristo, pero una vez terminado, volverá a lidiar con Israel, de hecho la gran tribulación es para tratar con el pueblo de Israel y llevarlos a buscar a Jesucristo (Mt.24:15-16; Os.5:15; Is.54:7; Jl.2:32; Zc.13:9) y así obtener la salvación (Jl.2:32).
La otra razón por la que es importante saber esto: porque llegará un período de la historia, y está comenzando ya, en el que el mundo entero, como una manifestación de su rechazo a Dios y a su Palabra, se levantará contra Israel y hará de Jerusalén el centro del conflicto internacional. (Zc.12:2-3). Lamentablemente muchos cristianos en su ignorancia se unirán en este movimiento antisemita, negando incluso, el derecho de Israel a la tierra, el cual les fue otorgado como pacto perpetuo. Poco saben que, si son realmente salvos, ellos regresarán con Jesús para defender a su pueblo Israel de las naciones invasoras (Zc.12:8). Estarán en shock cuando se vean peleando a favor de Israel, y se les caerá la cara de verguenza cuando vean a las naciones sobrevivientes de la guerra siendo juzgadas por Jesús de acuerdo a cómo trataron a los Judíos (sus hermanos) y su tierra (Jl.3:1-6; 12:14; Mt.25:31-46). Ni se imaginan que todas las promesas y pactos dadas a Abraham y su descendencia se cumplirán definitivamente sobre Israel por medio de la iglesia.
Como cristianos, entonces, debemos dejar a un lado nuestra opinión y respetar lo que la Biblia enseña. Esto es de crucial importancia porque, de lo contrario, haríamos pasar a Dios por mentiroso que no cumple sus pactos y promesas (la cuales también son para nosotros); y, aparte de invalidar nuestra herencia, podemos ocasionar que más gente se alinee en contra del derecho de Israel a la tierra, acarreando con ello maldición y juicio por parte de Dios… y te aseguro, no quieres tener sobre tí ese peso de culpabilidad.
El futuro gobierno de Israel
¿Qué no la tierra prometida no es la nueva tierra en donde estará la nueva Jerusalén? Así es, el cumplimiento final de las promesas a Abraham será en la nueva Jerusalén que se establecerá en la nueva tierra. De hecho, la Biblia nos enseña que Abraham tenía esa revelación (He.11:8-10); pero también tiene un cumplimiento en esta tierra, el cual lo veremos en su plenitud durante el reino milenial de Cristo (Ez.28:25-26; 37:21-28). ¿Con esto no se invalida la naturaleza eterna del pacto con Abraham pues la promesa fue dada claramente para esta tierra con sus límites claramente definidos? No. Un pacto se rompe cuando no se cumple, no cuando se mejora. Al Dios otorgar una nueva tierra y una nueva Jerusalén, lo está mejorando.
¿Qué del argumento de que el Judaísmo es una religión sin implicaciones políticas ni de derecho a la tierra? No tiene ninguna base Bíblica. Como hemos visto, el pacto de Abraham fue para otorgarle a él y su descendencia una tierra claramente definida (Gn.15:18-21, Nm.34), y el pacto sinaítico que Dios celebró con Israel da instrucciones para la conquista y la administración de dicha tierra (Ex.23:11,34; 34:24; Lv.18:28; 25:4); marca la pauta para el establecimiento de un gobierno en dicha tierra (Dt.16:18-20), con sus reyes (Dt.17:14-20), con su capital bien definida (Sal.122:3-5); un código militar (Nm1,10; Dt.20,21,23,24); un código penal con el establecimiento de condenas (Ex.21;20,24; Lv.24; Dt.19); un código civil que delimitaban los derechos y libertades: (Ex.21, 22, Dt.24); un código religioso o del templo (Ex.28-41; Levíticos, Números, Dt.17-19). Con lo anterior puedes ver que el judaísmo es más que una religión, es un pueblo a quien se le ha asignado una tierra, un gobierno, y un Dios, es decir una teocracia. Esta teocracia es la que, como cristianos, predicamos que viene a establecerse en toda la tierra cuando Jesús regrese. Él viene a restaurar el reino de Israel (Hch.1:6) el cual se extenderá a todo el mundo, y como tal, se implementarán leyes y festividades judías en dicho gobierno (Ez.46:3; Zc.14:16-19), al punto incluso que las naciones edificarán altares al Señor y hasta empezarán a aprender hebreo (Is.19:18-25).
Algunos argumentan que Jesús ya se sentó en el trono de David en el cielo y que las promesas del reino milenial de Cristo en la tierra ya se cumplió. Pero no, el trono en el que se ha sentado Jesús no es el trono de David, pues este nunca estuvo en el cielo sino en la tierra. El trono en el cielo se le identifica como el trono de Dios (Mt.23:22, He.8:1, Ap.3:21), no de David. La Biblia afirma que el trono de David está en la tierra, en Jerusalén (Mt.5:35; Jer.3:17; Sal.2:6; 122:5). Cuando Jesús ocupe el trono de David lo sabremos pues será en la tierra, en Jerusalén (Sal.2:6) y también los apóstoles se sentarán con él para juzgar a las 12 tribus de Israel (Mt.19:28), y nosotros juntamente con ellos para gobernar al resto de las naciones (Ap.2:26-27). Esto sucederá cuando Jesús regrese (Mt.25:31).
Representemos bien a Cristo
Los detractores de todo esto tienen que acudir a alegorizaciones infundadas del texto Bíblico. Esta alegorización comenzó con Orígenes en el siglo 3, el cual influenció a Agustín, y éste último codificó dicha postura la cual fue adoptada por la iglesia católica (y la mayoría de las iglesias protestantes). Y es entendible que se haya sucedido esto, pues en un tiempo en el que la iglesia era estatal, mantenida por imperio romano, decir que “Jesús vendrá a librarnos de los gobernantes impíos” no era bien visto. Era necesario alegorizar el mensaje. La reforma protestante reformó nuestro entendimiento de la salvación, pero no la escatología. El problema es que las promesas del reino Mesiánico pendiente por cumplirse en la tierra abarcan 1,845 referencias y 17 libros del antiguo testamento, los cuales, le dan prioridad al evento; esto sin contar el el nuevo testamento el cual contiene 318 referencias (216 capítulos, 23 de los 27 libros) de este evento. El tema de Israel es tan amplio que abarca ⅘ de la Biblia y su destino pendiente por cumplirse Pablo lo aborda a fondo 3 capítulos enteros de la epístola a los romanos (cp. 9, 10 y 11). Lamentablemente la teología del reemplazo no distingue la diferencia entre Israel y la Iglesia (los cuales tienen diferentes orígenes, propósitos, destinos); convierte a Dios en un mentiroso (pues hay pactos perpetuos que estableció con Israel que alegan que jamás se cumplirán), y pone las bases para el antisemitismo (puedes trazar una línea desde Agustín hasta los campos de concentración). La exhortación por lo tanto es la misma que Pablo dio a Timoteo: “Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad” (2Ti.2:15).